Comentario del Padre Philippe Laguérie
Mi primera reacción ante el documento histórico del Papa Benedicto XVI será esta cita del profeta Isaías donde obviamente Jerusalén es nuestra Iglesia católica y romana: “Alegraos con Jerusalén, exultad debido ella, todos vosotros los que la amáis! ¡Con ella estad en la alegría, todos vosotros que llevabais su luto! Así se os alimentará y se os saciará con la leche de sus consolaciones, y sacareis con delicias la abundancia de su gloria. Así dice el Señor: Derramaré sobre ella la paz como un río y la gloria de las naciones como un torrente que desborda. Sus niños de pecho serán llevados sobre la cadera y acariciados sobre las rodillas. Como una madre consuela a su hijo, así os consolaré; en Jerusalén seréis consolados. A la vista de esto se alborozará vuestro corazón y vuestro cuerpo florecerá como la hierba y la mano del Señor se pondrá de manifiesto sobre sus servidores.” (Isaías 66, 10-14c).
¡La Iglesia Católica acaba de volver a encontrar su orgullo y cada uno de sus hijos puede alegrarse con Ella! ¡Tengo un sentimiento de alegría profunda, mezclado de reconocimiento y emoción, delante de este espectáculo tan inesperado de un papa, que algunos decían lento para obrar, y que en sólo dos años de pontificado, trae a plena luz la Tradición más venerable de la Iglesia, con orgullo y atrevimiento, el tesoro de la misa de San Gregorio el Grande (con él, el de los Apóstoles), de San Pío V, del Beato Juan XXIII (¡qué conciliar irreducible podrá bien impugnarlo!)
Estoy obligado a proceder por puntos sucesivos para no omitir nada de este texto tan denso como preciso, a riesgo de alterar la unidad profunda y el trazo directo de una escritura apasionada y detenidamente reflexionada.
Digamos simplemente que no hay aquí ningún triunfalismo primario y de mala índole: hoy no es la victoria de nadie; menos aún de un campo contra otro. Es la victoria de todos. Es la victoria de la Iglesia Católica, de su Papa, de sus obispos, de sus sacerdotes y de sus fieles humillados todos tanto tiempo bajo un yugo extranjero: la autodemolición de la Iglesia se detiene, los humos de Satanás se disipan, la barca de San Pedro, que “hacía agua por todas partes” vuelve a tomar la mar con audacia y vierte su orgullo eterno de esposa de Jesucristo sobre cada uno de sus hijos…
1/ Un documento muy breve.
Tres pequeñas páginas que dicen todo, sin omisión ni palabrería: ¡hacía ya mucho tiempo que no se nos había hablado en ese tono! He aquí que volvemos al tiempo de los antiguos papas que dictaban, con fuerza y simplicidad, su voluntad clara e inmediata (“Motu Proprio”) del bien de la Iglesia. Es el antiguo y buen método del Evangelio, muy simplemente: “que vuestro sí sea sí, que vuestro no sea no: lo demás viene del Maligno”. Se notará también no solamente la potente voluntad de decir lo que es necesario hacer, sino también la de llegar a sus fines: el párroco que no quiere oír nada, será diferido al obispo y el obispo a la Comisión. El papa tiene en cuenta, muy precisamente, que el Motu Proprio de 1988 quedó en letra muerta y toma los medios para que el suyo sea verdaderamente una actualización en sentido concreto del paso al acto. La Santa Sede velará por esto y en tres años se hará un balance. Es el estilo del gran San Pió X.
2/ Considerandos precisos.
El Papa en primer lugar pulveriza dos objeciones: el poder de los obispos no está disminuido, al contrario sale verdaderamente reforzado y la cuestión doctrinal subyacente en nada es recortada. Es una evidencia doble de la cual es necesario tomar nota y con urgencia. Cuando los obispos habrán dado verdaderas parroquias personales a los fieles y a los sacerdotes, obviamente se reforzará su autoridad; mientras que si se continúa en una guerra fratricida, todo el catolicismo naufraga y con él sus jefes. Por otra parte el principio famoso “lex orandi, lex credendi” del Papa Zeferino, precisamente recordado así por su sucesor nos indica que a fuerza de rezar “de una manera” pensaremos del mismo modo. Ya expresé a menudo en este Blog lo que pienso de los debates doctrinales previos: una coartada de pacotilla que disfraza bien mal una obstinación no confesable. Monseñor Lefebvre quería que se nos dejara hacer la experiencia de la Tradición: tienen la ocasión soñada, sancionada y garantizada por el Papa…
Tanto más que después de refutar estas dos falsas objeciones, el Papa dice simplemente la razón práctica de su decisión: la unidad de la Iglesia. Y en particular el regreso de la FSSPX. Con las palabras más conmovedoras, el Papa citando a San Pablo a los Corintios, invita a Monseñor Fellay a abrir su corazón (…) y a considerar el gesto magnánimo y la oferta suntuosa que se le hace. Reconozco que en su lugar saltaría en el avión para Castel Gandolfo… porque el Papa reconoce los errores de la jerarquía de entonces y no hace ningún reproche a Monseñor Lefebvre ni a su sucesor de hoy. El levantamiento de la excomunión sería muy rápido, sin ninguna duda, y sería hecho un buen lugar para la obra de Monseñor Lefebvre. En la carta a los cuatro obispos que Monseñor Lefebvre les dirigía, justo antes de elevarlos al episcopado, les daba esta orden de tener que volver a poner un día su episcopado entre las manos del sucesor de Pedro. ¿Este día llegó? ¿Se presentará de nuevo una ocasión tan providencial? Cuestión de corazón, muy simplemente. Nunca un Papa habrá hecho tal adelanto y en términos tan patéticos. Porque a nivel doctrinal, el que más rápidamente avanza obviamente es el Papa…
3/ Observaciones más que juiciosas.
Se aprenden, en estos dos documentos, mil y una cosas de las más sorprendentes. La misa tradicional nunca fue abrogada, nunca. La indeterminación que pudo prevalecer bajo el reino de Pablo VI terminó (Consistorio del 24 de mayo de 1976). La comisión teológica reunida por el Papa Juan Pablo II en 1986, y revelada, la primavera pasada, por el Cardenal Castrillón Hoyos, tenía bien razón: la misa tradicional no se abrogó nunca y es necesario devolverla a la Iglesia. Tal, al menos, era el dictamen de ocho cardenales entre nueve. Ahora se sabe que el papa Juan Pablo II no llevó a cabo esta recomendación bajo la presión reconocida de algunos obispos; qué importa ahora: las cosas quedan claras definitivamente. Roma habló, se acabó el asunto. Olvidemos, les ruego, las injusticias y las censuras.
Uno también se entera de que la misa tradicional no es una cuestión de nostálgicos y de ancianos: la mayoría de los que la reclaman son jóvenes quienes no pudieron conocerla en su celebración pre-conciliar. Es lo sagrado que transmite lo que atrae y fascina. Desde hace 30 años se nos dice lo contrario (cuestión de sensibilidad para retrógrados inadaptados y anticuados…) esta simple justicia da calor al corazón. ¿Y de dónde vendrían, por lo demás, estas muy numerosas vocaciones para la Tradición por parte de gente que no la conoció?
La continuidad de la Tradición litúrgica es el principio director del Papa actual como lo era del cardenal Ratzinger. Siendo la liturgia el lugar privilegiado de la Tradición toda ruptura es letal. Como en una cadena, el eslabón que falta o esta roto destruye el conjunto; sólo los evolucionistas no concuerdan. ¿Cómo sería creíble la Iglesia condenando hoy lo que predicaba ayer? ¿No va a prohibir mañana lo que recomienda hoy? Francamente, numerosos aprendices de brujo en este ámbito, habrían merecido bien que su producción de un día fuera proscrita hoy.
Ya que el Papa no actúa de manos muertas con los abusos que conocimos: esta improvisación esencial que era a la nueva liturgia lo que el espíritu del concilio era a su letra, la califica como estando “al límite del soportable” (sic). ¡Era necesario que esas cosas fueran dichas y que lo fuesen por un papa de la Iglesia Católica! Estando dichas estas cosas ya no comprometen más la responsabilidad de la Iglesia sino solamente a sus miserables autores: el honor de la Iglesia está a salvo. Estas hostias que hace mucho tiempo se han enviado, después de la misa, al almacén porque, entonces, la presencia de Jesucristo sólo era espiritual (si dos o tres se reúnen en mi nombre… artículo 7 de la Institutio generalis), este obispo sudamericano que encendía su cigarrillo, báculo a la mano y mitra en la cabeza, en el curso de su “synaxis” explicando que la misa que no era más que una comida durante la cual tenía costumbre de fumar… sólo era necesaria una palabra de un papa para desconectar la Iglesia de estas abominaciones: es cosa hecha.
4/ Las decisiones que se imponen.
En adelante todo sacerdote católico puede celebrar, sin ninguna autorización distinta a la presente del Papa, su misa rezada según el rito de Gregorio el Grande, Pío V, Juan XXIII, que es el mismo. ¡Si algún periodista se ahoga con la idea que es la misa de Gregorio o Pío, que se tranquilice, o termine de enrabiarse, pensando que es la “del Buen Papa Juan” que nunca celebró otra! Eso también es la Tradición… Que si quieren la lista de los papas que la celebraron así, es al menos de doscientos, y aún más.
A este sacerdote puede agregarse los fieles que lo desean sin otra formalidad, mientras no sea una misa estatutaria (parroquial, conventual…)
Las comunidades tanto seculares como regulares pueden volver a la misa tradicional por simple decisión de sus superiores principales. Todas las comunidades de monjes, de religiosos, de religiosas, de vida apostólica lo pueden pues…
Los simples sacerdotes pueden acceder a las solicitudes de los fieles para toda misa tradicional, sin necesidad de recurrir al ordinario (o abrigarse detrás de él). Los grupos estables de fieles podrán obtener la misa del Bienaventurado Juan XXIII de sus párrocos, los cuales, si se niegan, serán denunciados al ordinario que deberá hacer todo para satisfacerlos. Si el ordinario esta en la incapacidad, es la comisión romana que decidiría.
Todo sacerdote puede volver a utilizar el breviario del papa Juan XXIII para su recitación personal…
Todos los demás sacramentos deberán darse según las rúbricas de 1962 a petición de los fieles. Así el bautismo, el matrimonio, el sacramento de los enfermos (extremaunción). Así matrimonios y peregrinaciones. Hasta los obispos que pueden utilizar el antiguo pontifical para dar así el sacramento de Confirmación…
Por fin los obispos pueden crear parroquias personales de rito propio (¡único prototipo muy conocido!) según el canon 518, para satisfacer la justa demanda de los fieles. Es obviamente la solución del futuro y la que devolverá definitivamente la paz a todos. Una parroquia como aquélla en cada ciudad de Francia y no se propondría hablar más de división y peleas. Restablecida la unidad y el respeto, el orden habría vuelto de nuevo y con él la paz y la prosperidad. La Evangelización volvería a salir, las conversiones, los bautismos, el orgullo cristiano y la prosperidad. El Papa lo quiere… ¿y ustedes?
Sí, les digo que desde Vaticano II, no hay documento pontificio más determinante para el bien común de la Iglesia. Gracias Santísimo Padre.
Padre Philippe Laguérie
Cuando Paulo VI promulgó, en 1969, el misal nuevo, fuimos muchos los que pensamos que se podía continuar usando el misal antiguo en forma paralela con el nuevo, ya que aquél no fue jamás abolido ni prohibido: ni por el Concilio Vaticano II ni por el Papa. Sin embargo, en nombre de un supuesto "espíritu del concilio", se impuso la nueva misa de manera obligatoria en todo el mundo. Eso comprendió la celebración en las lenguas vulgares o vernáculas y el volver los altares para que el celebrante mirase al pueblo. Además, se suprimieron ritos y gestos sagrados, se introdujeron músicas y melodías profanas y, con el tiempo, cada celebrante agregó por su cuenta interrupciones, abreviaciones, comentarios, posiciones e innovaciones, hasta el punto de que en ocasiones el fiel no reconocía en la misa la expresión de su carácter sagrado y ceremonial.
Como dice el Motu Proprio, los papas han procurado siempre que el culto divino sea de alabanza y gloria del nombre de Dios y, a la vez, que se atenga a las fórmulas consagradas por el magisterio supremo. Cabe señalar que siempre se ha estimado que la misa tiene un cuádruple carácter, a saber: latréutico (de adoración), impetratorio (de súplica), propiciatorio (de satisfacción) y eucarístico (de acción de gracias). Pero, por sobre todo, la misa es la renovación incruenta del sacrificio del Señor que el sacerdote, actuando "in persona Christi", ofrece al Padre en nombre propio, de los presentes y de todos los fieles, vivos y difuntos.
A muchos nos pareció que estas características esenciales de toda celebración a menudo se desdibujaban en el nuevo culto y no se expresaban tan clara y reverentemente como en el antiguo. En particular, la supresión del Ofertorio y la cuasi supresión del Canon Romano tradicional -en uso a lo menos desde el siglo IV- nos causaron graves zozobras espirituales. Además, consideramos que se "descentraba" la ceremonia al sacar al Santísimo de su lugar central sobre el altar mayor y el celebrante se volvía al pueblo, que no es el punto de referencia adecuado. En la misa tradicional, sacerdote, acólitos y fieles miran en la misma dirección, ya que el primero conduce a los demás hacia el sacrificio del altar. Esa dirección fue ancestralmente el Oriente, que representaba a Jerusalén, lugar donde vivió, murió y resucitó N.S. Jesucristo. En esto no hacíamos más que actuar como todas las religiones antiguas; por ejemplo, judaísmo e islam, cuyos fieles oran mirando a Jerusalén o La Meca. Y también como todas las iglesias cristianas antiguas: ortodoxos, armenios, coptos, etiópicos, siríacos, etcétera. Incluso la mayoría de las iglesias anglicanas y luteranas no han dado vuelta los altares.
Nos parecía también que la mantención de los ritos sagrados, de la lengua sagrada, de la música sagrada, del espacio sagrado (presbiterio), de las vestiduras sagradas, de los silencios sagrados (Canon en voz baja) elevaba más fácilmente al fiel hacia Dios y lo predisponía mejor al milagro de la transubstanciación. En resumen, mantenían mejor la sacralidad, la belleza, la tradición apostólica, el misterio y el respeto, a la vez que lo sacaban del tráfago de la vida actual.
No obstante, jamás negamos el valor de la nueva misa y nos mantuvimos en paciente (y a veces, impaciente) esperanza de ver restablecida la liturgia que iluminó a miles de santos, convirtió a millones de fieles y elevó a los místicos al encuentro íntimo con Dios. Así y todo, durante más de 40 años muchos nos miraron con sospecha, molestia y rechazo al interior de la iglesia.
Hoy, manifestamos nuestra más profunda complacencia y gratitud hacia S.S. Benedicto XVI, quien satisfizo nuestra esperanza, nos confirmó en la fe y nos hizo un acto de enorme caridad. Somos más numerosos de lo que aparece a primera vista y lo único que deseamos es continuar viviendo nuestro cristianismo dentro de la fidelidad a Cristo, a la Iglesia y a la tradición litúrgica.
LA SANTA MADRE IGLESIA
IMAGEN DE LA VIRGEN DE APARECIDA CON MANTO ARCOÍRIS (Y LA INDIGNACIÓN
HIPÓCRITA DE UN NEOCÓN)
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