domingo, 30 de marzo de 2008

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Del catolicismo social al cato-socialismo: historia de un desvío
Acción Familia 1 Octubre 2003
Este año se cumplen 60 años de la publicación del primer libro del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira “En Defensa de la Acción Católica” (1943) y 10 de su última obra “Nobleza y Elites tradicionales análogas“. Estas publicaciones constituyen un resumen de una vida: el primero es un grito en defensa de la Iglesia y, el segundo, en defensa de la Civilización Cristiana.
El Modernismo
Una “francmasonería católica”
El “catolicismo democrático”
Roma condena, los modernistas se esconden
Resurge el neo-modernismo
La Acción Católica
De la izquierda de la Acción Católica nace la teología de la liberación
Los errores denunciados por Plinio Corrêa de Oliveira en su obra “En Defensa de la Acción Católica” provenían de dos corrientes distintas pero entrecruzadas: una corriente de activismo socio-político izquierdista que, nacida como componente del “catolicismo social”, dio vida al “catolicismo democrático” del cual salió el “cato-comunismo”(o cristianos para el socialismo); y una corriente filosófico-teológica que, conocida como “catolicismo liberal”, dio origen al “modernismo” del cual salió la llamada “nouvelle théologie”.
“Mirando a mi alrededor estoy obligado a admitir que la corriente modernista está destruida, sus fuerzas estan por ahora agotadas. Debemos esperar el tiempo en que, por medio de un trabajo silencioso y secreto, habremos conseguido transbordar a la causa de la libertad una más amplia parte de los fieles”. Así se lamentaba el jesuita inglés George Tyrrel (1861-1909) después de la condenación de la herejía modernista. [1]
El Modernismo
Incubado en ambientes intelectuales de “vanguardia” bajo formas variadas y no siempre de acuerdo entre ellas, hacia fines del siglo XIX, el Modernismo quería producir profundas reformas en la doctrina y en la estructura de la Iglesia, con el pretexto de adaptarla al “espíritu de los tiempos”. Según Alfred Loisy (1857-1940), principal exponente de la corriente, “los modernistas forman un grupo bastante definido de hombres de pensamiento, unidos por el común deseo de adaptar el catolicismo a las necesidades intelectuales, morales y sociales de nuestros días”. [2] Especificando la magnitud de esta adaptación, afirmaba que el objetivo era “cambiar la Iglesia, su constitución, su doctrina y sus ritos”[3]
La adaptación querida por los modernistas no era de hecho ni superficial ni saludable. Esta habría alcanzado los mismos fundamentos de la Iglesia, comportando en la práctica su destrucción: “¡El viejo edificio eclesiástico deberá derrumbarse!”, proclamaba Loisy.[4] La misión de los modernistas, según Tyrell, era de “golpear y golpear la vieja carcasa de la Iglesia Romana”.[5] Por esto, en el acto de condenarla, San Pío X definió esta corriente como “la síntesis de todas las herejías”, especificando además: “si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas (…) [Los modernistas] han aplicado la segur, no a las ramas, ni tampoco a débiles retoños, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas”.[6]
En Italia el movimiento modernista formó un grupo restringido entre intelectuales y sacerdotes como Tomás Gallarati Scotti, Stefano Jacini, Alessandro Casati, Antonio Fogazzaro, Giovanni Selva, Salvatore Minocchi, Giovanni Semeria e Giovanni Genocchi. Mayor interés tienen Ernesto Buonaiuti (1881-1946), primero profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario del Apollinare y después de 1915 en la Universidad de la Sapienza de Roma, y Romolo Murri (1870-1944), uno de los principales animadores de la Democracia Cristiana.
A diferencia de tantas herejías del pasado, el Modernismo no combatía a la Iglesia desde el exterior, sino que trabajaba desde el interior, alcanzando a influir hasta en ambientes altamente situados. Es siempre San Pío X quien denuncia que: “los autores del error ya no deben buscarse entre los enemigos declarados, sino que, es lo que da una suma pena y temor, se esconden en el mismo seno de la Iglesia”
Una “francmasonería católica”
En el corazón de la corriente modernista, confiriéndole su dinamismo y coordinando sus manifestaciones, había una verdadera secta semi-secreta. El mismo Papa Sarto destacaba que “los modernistas son tanto más perniciosos cuanto menos aparecen”, cuanto más obran “en secreto”.
Le idea de una secta secreta que tramaba desde dentro la destrucción de la Iglesia podrá ciertamente hacer que se levante más de una ceja, casi como se tratase de un mediocre enredo policialesco. Sin embargo, eran los propios modernistas que se jactaban de ello. “Debemos hacer una francmasonería católica”, proponía Antonio Fogazzaro por boca de uno de los personajes de la novela Il Santo,”¿Masonería Católica?¡Sí, Masonería de las Catacumbas!” [7]
El “catolicismo democrático”
Pero los miembros de esta “francmasonería católica” no eran los únicos que querían reformar la Iglesia. Paralelamente y en conjunto con ellos actuaban también los exponentes de la corriente llamada católico-democrática.
A mediados del siglo XIX, como respuesta a las injusticias causadas por la revolución industrial, había surgido el así llamado “catolicismo social” que, además, se había dejado influenciar en algunos de sus ambientes por las doctrinas y las posturas de matriz socialista. Del deseo, en si laudable pero demasiado vago y romántico, de ayudar a los pobres se pasó en algunos casos a la profesión de las ideas igualitarias. De la denuncia, a menudo justificada, de la explotación de los obreros por parte de patrones no raramente se pasó al rechazo del sistema liberal capitalista y a una visión de la sociedad de tipo marxista. Este desvío a la izquierda dio origen, hacia fines del siglo XIX, a la corriente conocida como catolicismo democrático.
Desde 1867 existía en Italia la Sociedad de la Juventud Católica Italiana, dirigida por Giovanni Acquaderni. En Junio de 1874 tuvo lugar en Venecia un congreso católico que terminó creando un movimiento a nivel nacional. Esto se concretó un año después en el congreso de Florencia, del cual brotó la Obra de los Congresos y de los Comités Católicos en Italia. La presidencia fue confiada inicialmente al mismo Acquaderni.
Algún tiempo después, sin embargo, comenzaron a manifestarse los primeros roces. Los jóvenes líderes en ascensión dentro de la Obra representaban una orientación bastante diversa, afín con las nuevas ideas. Algunos sectores de la Obra comenzaron a manifestar una fuerte infiltración modernista y católico-democrática. En 1891, los sectores más radicales influenciados por Romolo Murri fundaron los “grupos democráticos” ubicados tan a la izquierda como para querer abandonar la etiqueta “democrática” sustituyéndola con la de “socialista”. [8] La corriente murriana brotó en el 19° Congreso nacional de la Obra realizado en Bolonia en 1903 y la vieja guardia salió derrotada.
Roma condena, los modernistas se esconden
Profundamente descontento por el éxito del congreso y, de modo general, por la forma que habían tomado algunos sectores de la Obra, en Diciembre de 1903 San Pío X publicó el motu proprio Fin dalla prima, en el cual delineaba una “normativa fundamental para la acción social de los católicos”, en contraste neto con las ideas católico-democráticas. Frente a la posición obstinada de estos sectores de la Obra, ahora reforzado por la corriente murriana, al año siguiente se separaron oficialmente de la asociación, dejando abierta solamente la Sesión guiada por el conde Medolago-Albani. [9]
Los “cristianos democráticos” respondieron de modo insolente convocando un congreso en Bolonia, donde fue fundada la Liga Democrática Nacional, de inspiración socialista. Para aclarar de una vez por todas la situación, San Pío X publicó entonces la encíclica Il fermo proposito, en la cual condenaba la corriente cristiano democrática. Don Murri fue primero suspendido a divinis y, después, excomulgado. Abandonando la sotana, se casó en 1912.
La audacia de los modernistas provocó una respuesta análoga del Pontífice. Después de repetidas e inútiles advertencias –recordemos particularmente la encíclica Pieni l’animo (1906) y la Alocución consistorial del 17 de Abril de 1907- San Pío X fue obligado a condenar el Modernismo con el decreto Lamentabile sane exitu (Julio de 1907) y la encíclica Pascendi Dominici gregis (Septiembre de 1907), en la cual lo define como “síntesis de todas las herejías”. En el texto latino original, la acusación suena aún más fuerte: “omnium haeresum collectaneum“, la cloaca donde desembocan todas las herejías.
Condenados de este modo, ¿los modernistas se someterían? De ningún modo. Habituados a trabajar en la semi-clandestinidad, se enmascararon aún más. “Os aconsejo que no os liguéis con un vínculo sensible”, aconsejaba Fogazzaro. “Podéis navegar seguros bajo el agua como los peces cautos, pero pensad que el ojo agudo del Sumo Pescador o vice-Pescador os puede descubrir fácilmente y cogeros con un golpe de arpón. Ahora yo no aconsejaré nunca a los peces más finos, más sabrosos, más buscados, de congregarse. Uds. pueden comprender qué puede suceder cuando uno es cogido y sacado fuera. Y, uds. lo saben bien, el gran Pescador de Galilea ponía los pescaditos en su vivero, pero el gran Pescador de Roma los fríe”.[10]
Pero el “ojo agudo del Sumo Pescador” vigilaba. En el motu proprio Sacrorum Antistitum (1910), S. Pío X denunciaba que los modernistas se estaban reagrupando en una “liga clandestina” (clandestinum foedus), advirtiendo además que ellos “no han abandonado su designio de perturbar la paz de la Iglesia” [11]
Resurge el neo-modernismo
En los años sucesivos, de las tenebrosas sinuosidades de esta liga clandestina, la chusma modernista llevó adelante el “trabajo silencioso y secreto” propuesto por George Tyrell, estableciendo así los fundamentos de lo que Pío XII después llamará Nouvelle Théologie, sucesivamente condenada en varios documentos, especialmente en la encíclica Humani generis. (1950) [12]
Esta es la fuente contaminada de la mayor parte de los errores teológicos contemporáneos.
“Obligados a una especie de vida clandestina”, explica Albert Besnard, O.P., “los modernistas continuaron a obrar de modo secreto, inspirando sucesivamente a la mayor parte de las contestaciones religiosas que hoy vemos en la Iglesia”. [13] Don Germano Pattaro, del Seminario Patriarcal de Venecia, precisa igualmente que: “el cambio de perspectiva se operó dolorosa y trágicamente con el modernismo que fue retomado y repropuesto en la Nouvelle Théologie”.[14]
En el ínterin, sin embargo, intervino un factor que podría haber cambiado substancialmente la situación. Además de la facundia de sus mentores, lo que había llevado a la ruina a la secta modernista fue su escasa influencia sobre la opinión pública. El modernismo permaneció como un fenómeno de élites intelectuales y, al comienzo, hasta los nuevos teólogos padecieron con esta situación. Les faltaba un movimiento de masas que permitiese la difusión masiva de las nuevas ideas. La ocasión se presentó a fines de los años ’20.
La Acción Católica
En los años ’20 el Papa Pío XI emprendió la reorganización de los laicos, dando vida a la moderna Acción Católica, siguiendo un esquema que fue reproducido después en todo el mundo. En la intención del Sumo Pontífice, la AC debería constituir un vasto movimiento apto para coordinar el empeño apostólico de los seglares, bajo la guía de la Jerarquía. [15] De ahí la definición: participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia.
Desgraciadamente, casi desde el comienzo existió dentro de la nueva asociación una conspicua presencia de la corriente católico-democrática y de la neo-modernista. Inspirados en pensadores como Jacques Maritain (1882-1972) y Emanuel Mounier (1904-1950), así como de teólogos como Marie-Dominique Cheng (1895-1989) y Henri de Lubac (1896-1991), núcleos de activistas se introdujeron en algunos sectores de la Acción Católica, sirviéndose de ella para la difusión de sus errores y empujándola en una dirección opuesta a la querida por el Pontífice.
Los años ’30, como dice el historiador Adrien Dansette, “señalaron un decisivo cambio de dirección en el catolicismo”.[16] Fue su principal protagonista la Acción Católica, por medio de sus sectores más dinámicos que, según el caso, eran los que más sufrían esta infiltración. El cambio de dirección se realizó de dos modos.
Primeramente, las antiguas asociaciones católicas, fieles a la orientación de San Pío X, fueron absorbidas y por lo tanto neutralizadas, utilizando métodos más bien ambiguos. Refiriéndose, por ejemplo, al modo por el cual la AC fue introducida en Estados Unidos, el padre Andrew Geeley, un protagonista del hecho, revela que “fueron fundadas nuevas asociaciones, las antiguas fueron infiltradas y reorganizadas”.[17]
Por otra parte, muchos de los militantes sufrieron un proceso que podríamos llamar de trasbordo ideológico, llevando a desmantelar su mentalidad tradicional sustituyéndola por las nuevas ideas e induciendo a los más radicales a asumir posiciones francamente revolucionarias.
El desvío izquierdizante dentro de la AC no fue uniforme en todos sus sectores, ni se manifestó de modo igualmente virulento en todos los países. Es innegable, por ejemplo, que el liderazgo de Luigi Gedda, apoyado por Pío XII, frenó esta infiltración en sectores de la AC italiana. [18]
Pero desgraciadamente no fue así en todas partes. En Francia, posiblemente la principal fábrica de las nuevas ideas, el desvío fue tan grave que indujo a sectores enteros de la AC a adherir al socialismo y aún al comunismo. [19] Cuando, a comienzos de los años ’70, fue fundado en Francia Cristianos por el Socialismo, cinco grupos de AC adhirieron a ellos en bloque.
El caso de la Acción Católica brasileña constituye en la especie un ejemplo paradigmático. El desvío era visible sobre todo en la JUC (Juventud Universitaria Católica). Inspirándose en Maritain, Mounier, Teihlhard de Chardin y otros pensadores, en su mayoría franceses, la JUC “tomó una tonalidad siempre más socialista”, como lo explica Luiz Alberto Gómez de Souza. [20] En 1959 la JUC saludó con entusiasmo la revolución comunista de Fidel Castro. De la JUC nació la Acção Popular (Acción Popular), que en 1962 de define como “socialista” y en 1972 se transforma en la Acção Popular Marxista-Leninista, terminando por ser incorporada al Partido Comunista. Algunos militantes de la AC llegaron a participar de la lucha armada en los años de plomo.
De la izquierda de la Acción Católica nace la teología de la liberación
En el campo teológico, el hundimiento no fue menos llamativo. Para dar un ejemplo, la famosa teología de la liberación nació en este ambiente de la Acción Católica latinoamericana. Gustavo Gutiérrez, considerado el “padre fundador” de la corriente, era capellán de la UNEC (Unión Nacional de los Estudiantes Católicos), el equivalente peruano de la JUC. El “obispo rojo”, D. Helder Cámara, era entonces el capellán de la AC. El P. Ronaldo Muñoz, mentor de los Cristianos para el Socialismo, era líder de la JUC chilena. Fray Betto, actualmente miembro del gobierno Lula, era presidente de la JEC (Juventud Estudiantil Católica). El elenco podría continuar casi ad infinitum. Es necesario notar que la primera editora de los libros de la teología de la liberación fue MIEC-JECI (Movimiento Internacional Estudiantil Católico – Juventud Estudiantil Católica Internacional), emanación de la AC.
El teólogo de la liberación Pablo Richard afirma claramente que: “la JUC de los años 1960 vivía ya la efervescencia del cristianismo revolucionario” que habría dado vida a esta corriente. [21] Más explícito, Luiz Alberto Gómez de Souza explica que “fue en Brasil, y más concretamente en la Acción Católica, que comenzaron a tomar forma las instituciones que luego darían origen a la teología de la liberación“. [22]
Recapitulando el proceso, el historiador Samuel Silva Gotay afirma que la teología de la liberación “salió de la radicalización de las doctrinas y de la práctica del catolicismo social (…) del paso del catolicismo social al cristianismo revolucionario”.[23]
La infiltración denunciada por Plinio Corrêa de Oliveira en el ahora lejano 1943 había desgraciadamente alcanzado su objetivo.
(Artículo traducido de la revista: Tradizione, Famiglia, Proprietà, Mayo 2003, Año 9 N° 2, Roma)
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[1] Citado en E. Rivière, “Modernismo”, Dictionnaire de Théologie Catholique, Vol. CC, col. 2042.
[2] Alfred Loisy, Simples Réflexions sur le Decret du Saint Office Lamentabili Sane Exitu, et sur l’Encyclique Pascendi Dominici Gregis, p. 13, in Arthur Vermeersch, “Modernism”, Catholic Encyclopedi, Caxton Publishing, Londres, 1911, Vol. X, pág. 416.
[3] In Vicente Maumus, Les Modernistas, Beauchesne, París, 1909, pág. 9.
[4] Carta al P. Marcel Hébert, in Alec Vidler, The Modernist Movement in Roman Church. Its origins and outcome, Gordon Press, New York, 1976, pág. 78.
[5] Carta del 28 de Noviembre de 1907, ibid., pág. 78.
[6] S. Pío X, Pascendi Dominici Gregis, Septiembre de 1907.
[7] Antonio Fogazzaro, Il Santo, Milán, sin Editor, 1907, págs. 44, 48
[8] Luidi Civardi, Compendio di storia dell’Azzione Católica italian, Coletti, Roma, 1956, pág. 54
[9] Para una historia de la Obra, ver Ernesto Vechesi, Il movimento católico in Italia, Società Editrice La Voce, Florencia, 1923.
[10] A. Fogazzaro, Il Santo, pág. 44.
[11] Acta Apostolicae Sedis, 9 de Septiembre de 1910, núm. 17.
[12] Cfr. La encíclica Mystici Corporis Christi (1943) y Mediator Dei (1947) además de las alocuciones a los Padres Jesuitas del 17 de Septiembre de 1946 y a los Padres Dominicanos del 22 de Septiembre.
[13] Albert Besnard, O.P., “Modernismo”, in Les Religions. Les dictionnaries du savoir moderne, de Jean Chevalier., Centre d’Etude et de Promotion de la Lecture, París, 1972, pág. 306.
[14] Germano Pattaro, Curso de Teología del ecumenismo, Brescia, 1985, pág. 344.
[15] Giacomo de Antonellis, Storia dell’Azione Católica,Rizzoli, 1987, págs. 153 y ss.
[16] Adrien Dansette, Destin du catholicisme français 1926-1956, Flammarion, Paris, 1957, pág. 5.
[17] Andrew Geeley, The Catholic Experience, Doubleday & Company, New York, 1967, pág. 257.
[18] Luigi Gedda, 18 de Abril, Memoria inédita del artífice de la derrota del Frente Popular, Mondadori, Milán, 1998.
[19] Cfr. Georges Suffert, Les Catholique el la Gauche, Maspero, París, 1960; Jean-François Kesler, De la gauche dissidente au nouveau Parti Socialista. Les minorités qui ont rénové le P.S., Bibliotèque Historique Privat, Toulouse 1909; A. Latreille, J.R. Palanque, E. Deraruelle, R. Rémond, Histoire du Catholicisme en France, Spes, París, 1962, Vol. III.
[20] Luis Alberto Gómez de Souza, A JUC. Os estudantes católicos e a política, Petrópolis, Editora Vozes, 1984, p. 156.
[21] Ibid., pág., 10.
[22] Ibid., pág. 9.
[23] Samuel Silva Gotay, “Origem e desenvolvimento do pensamento cristão revolucionário a partir da radicalização da doctrina social cristãs nas décadas de 1960 e 1970”, in CEHILA, História da teologia na América Latina, Edições Paulinas, São Paulo, 1981, pág. 139.

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